Siempre me he hecho muchas preguntas, preguntas muy profundas. Son
preguntas de esas que se llaman existenciales. Siempre he querido saber
el motivo de mi vida, de la vida de todos nosotros. ¿Quién soy yo? ¿Porqué existo? ¿Por qué existen los demás? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hemos
venido hacer algo en particular? ¿Por qué nacemos, por qué nos
morimos? ¿De dónde venimos, adonde vamos? ¿Hay algo después de
la muerte?
Y ahí no acababa todo. Otras veces intentaba buscar la respuesta al
gran número de injusticias que veo en el mundo.
¿Por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué hay niños que desde su
nacimiento, que en su vida han hecho daño a nadie, sufren tan
atrozmente, por hambre, guerra, miseria, enfermedades, abusos, malos
tratos, porque no los quiere nadie, mientras otros nacen sanos, en un
entorno feliz y son amados? ¿Y por qué unas personas enferman y otras
no? ¿Por qué unas personas viven mucho tiempo y otras mueren casi al
nacer? ¿Por qué existe el sufrimiento, la maldad? ¿Por qué hay gente
buena y gente mala, gente feliz y gente desgraciada? ¿Por qué he
nacido en esta familia y no en otra? ¿Por qué me pasan estas
desgracias a mí y no a otra persona? ¿Por qué le pasa tal otra desgracia
a otra persona y no a mí? ¿De qué depende todo eso?
Otras veces eran preguntas respecto a los sentimientos.
¿Por qué no soy feliz? ¿Por qué quiero ser feliz? ¿Cómo puedo ser feliz?
¿Encontraré un amor que me haga feliz? ¿Qué es el amor, qué son los
sentimientos? ¿Qué es lo que yo siento? ¿Merece la pena amar?
¿Sufrimos más cuando amamos o cuando no amamos?
Supongo que tú, en algún momento de tu vida, también te las habrás
hecho o te las sigues haciendo de vez en cuando. Pero como estamos
tan entretenidos en nuestro día a día cotidiano, son pocos los momentos
en los que nos las planteamos conscientemente y poco el tiempo que
dedicamos a intentar resolverlas. Tenemos muchas obligaciones,
tenemos muchas distracciones. Y como aparentemente no
encontramos la respuesta y el buscarla nos hace sentirnos inquietos,
preferimos dejarlas aparcadas en un rincón en nuestro interior, tal vez
creyendo que así sufriremos menos.
¿Existe una respuesta a cada una de estas preguntas? Pero no busco
una respuesta cualquiera, sino una respuesta que sea verdadera. ¿Existe
una verdad? ¿Cuál es la verdad? ¿Dónde buscar la verdad? ¿Cómoreconocer la verdad?
Yo siempre he sido una persona escéptica, incrédula, pero al mismo
tiempo abierta a investigar. Me ha gustado comprobar las cosas por mí
mismo. Te aseguro que he buscado durante mucho tiempo la respuesta
en lo que se nos ha enseñado desde pequeños: las Religiones, la
Filosofía, la Ciencia. Cada una tenía su cosmogonía particular, una
forma de entender el mundo. Pero siempre parecía haber un límite,
tanto en las religiones como en la ciencia, para explicar la realidad tal y
como yo la percibía. Siempre he encontrado respuestas incompletas,
incoherentes unas con otras, alejadas de la realidad, que seguían sin
responder satisfactoriamente a mis preguntas. Por mucho que intentara
profundizar, al final encontraba un muro infranqueable, la respuesta final
que obstaculizaba mis deseos de indagar más y más.
La respuesta final que obtenía de la religión era, más o menos, esta: “Es
la voluntad de Dios. Sólo él lo sabe. Nosotros no lo podemos
comprender”. Es decir, que no podemos comprender por qué unos
nacen en circunstancias más o menos favorables, por qué unos
enferman y otros no, por qué unos mueren antes y otros después. No
podemos comprender qué es lo que pasa después de la muerte, por
qué te ha tocado vivir con esta familia y no en otra, por qué en este
mundo, por qué permite Dios que haya injusticias en el mundo etc., etc.
La respuesta final que obtenía de la ciencia era más o menos esta: hay
una explicación física para todo, pero a nivel filosófico, las respuestas a
casi todo son: “Es fruto de la casualidad” o “no puede demostrarse
científicamente que tal o cual cosa exista o no”. Es decir, no hay una
razón por la cual existes, no hay un motivo particular por el que vivir. Si
naces en las circunstancias en las que naces, más o menos favorables,
es por azar. Si te toca estar enfermo o sano de nacimiento, nacer en
una familia u otra, morirte antes o después, y no a otro, es por azar. No
se puede demostrar científicamente que exista la vida antes del
nacimiento, ni la vida después de la muerte. No se puede demostrar
científicamente que exista Dios, etc.
La mayoría de gente se posiciona en esas respuestas aprendidas y
cuando quieres hablar con alguien sobre estos temas, los que son
creyentes de la religión te responden más o menos en estos términos: “Es
la voluntad de Dios. Sólo él lo sabe. Nosotros no lo podemos
comprender.” Y los que se han posicionado como cientificistas o creyentes de la ciencia, que creen saber más que los del primer grupo,
te dicen: “Es fruto de la casualidad” o “no puede demostrarse
científicamente”.
Había otro tercer grupo de gente que me respondía: “Mira. No lo sé. No
sé cuales son las respuestas a tus preguntas, pero no estoy interesado ni
en pregúntarmelas ni en responderlas.”
Y cuando les respondo a todos: “Lo siento pero esas respuestas no me
sirven. No me sirven porque no responden a mis preguntas”, los primeros
me dicen: “Es por falta de fe. Cuando tengas fe no te hará falta saber
más”. Los segundos me dicen: “Es porque te falta instrucción. La Ciencia
te dará la respuesta y verás que es la que yo te digo: “que está
demostrado científicamente que no se puede demostrar
científicamente”. Los terceros me dicen: “Tengo una hipoteca que
pagar, una familia que mantener, un coche que pagar, un fin de
semana para irme de viaje. No me calientes la cabeza con esos temas
porque ya tengo algo en lo que ocuparme.”
A los primeros les responderé que no puedo renunciar a intentar
responder a mis preguntas. Creo que la única manera de renunciar es
anular mi voluntad, y no estoy dispuesto a hacerlo. A los segundos les
diré que no es por falta de instrucción. He tenido esa instrucción. Soy
Doctor en Ciencias Químicas y jamás he llegado a la conclusión de que
tenga que ponerme barreras a la exploración, que haya campos que
no pueda explorar, sólo porque no tenga un aparato para medirlo. Me
tengo a mí mismo, me gastaré de aparato de mí mismo. Lo que yo
perciba y sienta lo tendré tan en cuenta como si lo midiera un
sofisticado aparato, y asumiré que los demás también son aparatos de sí
mismos. Y si hay algo que no soy capaz de detectar con mi aparato, les
preguntaré a ellos qué han podido captar con sus aparatos vivientes,
para ver si me sirve. A los terceros no les diré nada, porque no están ahí
para escucharme.
Con todo esto no quiero decir que no haya encontrado cosas que me
hayan llamado la atención y que me hayan servido en mi búsqueda de
respuestas, pero ha sido más bien fuera de la oficialidad donde he
encontrado las pistas. Precisamente eran las vivencias de otras personas
las que más me interesaban. Eran cosas que te permitían explorar por ti
mismo. Si otro lo había podido hacer antes que yo, tal vez yo también lo
pudiera hacer. Dos cosas me llamaron especialmente la atención. Los
viajes astrales y la vida de un tal Jesús de Nazaret. Os suena este nombre
¿no? Ya no estoy hablando de lo que la Iglesia dice de él. Me hedocumentado mucho, de muchas fuentes, oficiales y no oficiales,
religiosas y laicas. Pero hay dos cosas en las que casi todas coinciden:
que este hombre existió realmente y que lo que dijo e hizo causó un
gran impacto en la humanidad. ¿Qué es lo que me llamó la atención?
Pues su mensaje, “ama a tu enemigo, ama a cualquiera”. No me diréis
que en un mundo en el que las personas y los pueblos estaban en
constantes luchas entre sí por casi cualquier motivo (casi como ahora),
donde los dioses de todas las religiones se utilizaban para justificar
cualquier propósito de conquista y guerra, el que aparezca alguien con
ese mensaje tan a contracorriente de todos no resulta llamativo. No sólo
eso sino que además lo cumple con su ejemplo. O sea que no lo decía
sólo “de boquilla”, como estamos acostumbrados de nuestros políticos,
que te prometen el oro y el moro y luego hacen lo contrario de lo que
dicen. Pero claro, ¡se ha escrito tanto y tanto de él, después de él, por
otra gente que no fue él, y que ni siquiera convivió con él! ¿Cómo saber
lo que pasó realmente? ¿Qué es lo que dijo y lo que no dijo? Eso me
intrigaba.
Dejo aparcado por ahora el tema de Jesús que, como veréis, surgirá de
nuevo más adelante, y hablaré ahora acerca de los viajes astrales. Lo
encontré en varios libros de varios autores. Estos afirmaban que uno
mismo, mediante ciertas técnicas de relajación puede conseguir
separarse de su cuerpo. Eso es un viaje astral. Separarte de tu cuerpo.
Increíble ¿no? No sólo me llamó la atención el hecho en sí de poder
separarse del cuerpo. Los que lo habían conseguido afirmaban además
que en ese estado podían realizar cosas asombrosas, como poder
atravesar la materia o viajar casi instantáneamente a donde el
pensamiento quisiera. Y no sólo eso. Se encontraban como en un estado
expandido de conciencia en el que comprendían claramente el
propósito de la vida y de lo que hacemos en este mundo. Esto último me
interesaba, me interesa mucho. Tal vez era la clave para encontrar las
repuestas a mis preguntas. No tenía mucho que perder. Pensé: “Lo peor
que puede pasarme es que no ocurra nada.” Así que me puse manos a
la obra. Todas las noches, antes de irme a dormir practicaba el ejercicio
de relajación. Así lo hice durante un mes sin que ocurriera nada, quiero
decir sin que consiguiera separarme del cuerpo. Pero no es que no
sintiera nada con la relajación. Me gustaba. Lo que habitualmente
sentía era una vibración en la planta de los pies y luego esta vibración
subía hasta las piernas hasta el punto de que dejaba de notarlas.
Un día esa vibración fue subiendo hacia arriba, más allá de las piernas,
al tronco, el cuello, la cabeza. Llegado un momento, yo ya no sentía mi
cuerpo. Sólo una vibración muy intensa y agradable. Y entonces ocurrió.
¡Plof! De repente sentí como si me proyectara rápidamente por un túnel
a gran velocidad. Era una sensación increíble. No tengo palabras para
describirla. En cuestión de segundos sentí como si hubiera viajado miles
de millones de kilómetros a una velocidad vertiginosa, pero sin sentir
ningún tipo de mareo ni malestar. Poco a poco mi velocidad fue
disminuyendo y pude ver dónde me encontraba. Era un lugar increíble,
parecía como sacado de un cuento de hadas. Había un lago rodeado
de una naturaleza bellísima, la cual no tengo palabras para describir.
Todo, la luz, los colores, lo aromas, los sonidos, todo, absolutamente
todo, era embriagador. Y yo lo sentía tan intensamente como si formara
parte de ello. Se respiraba una paz indescriptible. Yo estaba tan
alucinado de todo lo que estaba viviendo y sintiendo que no podía
pararme a pensar. Entonces es cuando sentí que no estaba solo. Había
alguien sentado en una piedra, cerca del agua. Me quise acercar a él
y, no sé cómo, llegué enseguida donde él se encontraba. Parecía que,
en aquel estado, con sólo querer y pensar las cosas, ocurrían. Sentí que
él me estaba esperando y no se sorprendió en absoluto de verme. Era
un señor mayor, con el pelo y la barba largos y totalmente blancos, pero
no parecía tener ninguno de los achaques de la edad que estamos
acostumbrados a ver en los ancianos. Llevaba una especie de túnica
blanca acordada en la cintura. Pero eso no era lo que más llamaba la
atención de él. Lo que llamaba la atención era su mirada, una mirada
tan maravillosa que creo jamás veré en este mundo. Tan dulce, tan
penetrante, tan limpia, que me transmitía una sensación de tranquilidad
y paz indescriptibles. Os puede parecer raro pero me sentía como si
aquel anciano desconocido me traspasara de amor con su mirada
hasta el punto que ya ni se me ocurría pensar en lo extraño de aquella
situación de tan a gusto que me encontraba.
A partir de ahora intentaré reproducir el dialogo que tuvimos, tanto el de
aquella primera vez, como el de los sucesivos encuentros que tuve con
aquel anciano maravilloso, que respondía al nombre de Isaías. Aquellos
diálogos que tanto me han aportado, que me han cambiado tanto la
vida, tan profundamente y para mejor, mucho mejor y que quiero
compartir con vosotros con el mínimo de interrupciones posibles, porque
prefiero que sea de sus propias palabras, no de mis interpretaciones ni
impresiones, que vosotros saquéis vuestras propias conclusiones.
Acomodaos tranquilamente, comienza la función.
Titulo: Las Leyes Espirituales.
Autor: Vicent Guillem.
Depósito Legal : V-352-2011. Nº de registro de la propiedad intelectual V-2095-08 (Valencia, España).
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