La
historia nos enseña que ningún cambio trascendente proviene de las cúpulas,
sino de las bases. Unas bases doloridas, sensibles y despiertas que siempre han
ido por delante de las raíces atávicas que han mantenido –hasta el presente-
unido al ser humano al mito. Entender por mito al conjunto de creencias e
imágenes que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y le convierten en
modelo o prototipo. Y aunque podría parecer que no es así, el mito campa a sus
anchas en nuestra cultura global, más allá del espacio religioso.
Seguro
que la voz de un experto confirmaría que la propensión humana al mito (ya sea
en la política, ciencia, cultura, religión, etc.) se debe a la inmadurez en la
que invariablemente hemos estado sumidos. Podríamos decir que todo ello es
producto de nuestro analfabetismo espiritual, a la ausencia de una cultura
espiritual sobre nosotros mismos.
Ese
analfabetismo espiritual es generado desde la pereza del ser humano
(entretenido en otros quehaceres inmediatos, precisamente originados –en la
mayoría de las ocasiones- por su inmadurez), y por la inteligente acción del
quienes crean religiones grupales en las que el ser humano siempre tiene una
posición desventajosa.
Será,
pues, fácil de comprender que si en las cuestiones más elementales (quién soy y
qué hago aquí, cuál es mi relación con el creador/a, etc.) existe una perversa
falta de instrucción que estimule a la formulación de todo tipo de cuestiones,
en el resto de ámbitos cotidianos, el proceder es –desgraciadamente- muy
similar. En definitiva, no crecemos educados para cuestionar, para subvertir,
sino para acoplarnos a lo establecido, para acatar y aceptar respuestas que se
confeccionaron por las manos y las voces de quienes recibieron la bendición del
poder.
Los
tiempos de la humanidad pueden ser cambiantes e ir ‘quemando’ etapas, pero el
hecho mitológico permanece con insistencia. A veces disfrazado de admiración a
un personaje (no solamente del mundo de espectáculo), de apoyo a una causa
injustificable, de participación en una sangrienta tradición, en un ritual
religioso de sumisión. Más sofisticadamente, en los salones donde se mezcla el
dinero con la geoestrategia, la tecnología, la salud, el cosmos, el mito
adquiere otro disfraz, y se viste de impecable señor que pocos se atreven a
contradecir, so pena de ser calificados de desleales, locos, etc.
El
poder nunca ha sido generoso, ni flexible a las exigencias de los tiempos
críticos, y las bases que son la avanzadilla lo saben. Bases que -no obstante-,
dadas las características especiales del momento histórico en el que nos
encontramos, parecen no haber entendido bien que su proceso del sistema debe
comenzar por un reflexivo cuestionamiento del procedimiento crítico que
aplican.
Y deben
serlo porque esos procedimientos, no pocas veces, son articulados de manera
irreflexiva, viciados por la cultura residual de tantos y tantos años de
condicionamiento por parte del mito:
*Si
aparece una nueva ciencia que trata de abarcar otras y unificar campos que
expliquen fenómenos de diversa naturaleza, ésta es tachada de engaño.
*Si se
habla de inteligencia no-humana se responde con una mueca burlona y se descarta
toda seriedad en la investigación. En otros casos, cuando el fenómeno de
inteligencia extraterrestre ya ha sido asimilado, la respuesta inmediata es
acusar de connivencia con los enemigos del género humano.
*Cuando
se pone en duda algún dogma religioso, el que cuestiona es calificado como
anticlerical trasnochado. Si es en el terreno político y se recela de las
versiones oficiales, entonces habrá que aceptar que se nos acuse de defender el
islamismo radical…
En
definitiva, todo intento por conmocionar, por agitar la perspectiva asentada de
la realidad, es contestado desde un irracional prejuicio.
Todas
esas respuestas ‘rebote’ (inmediatas, reactivas, imprudentes) no son sino
pobres reacciones emocionales defensivas del orden establecido, que toman forma
en contenidos intelectuales endebles, de resistencia al conocimiento. Es, ni
más ni menos, que una acción de blindaje por parte del propio sistema, que
tiene en todos sus individuos (mientras no se realice un descondicionamiento),
su mejor defensa.
Por
desgracia, para los fieles creyentes en los dogmas académicos, de la curia, de
la retórica política, la verdad es indomable y no consiente que se la encajone
por mucho tiempo.
Y la
verdad tomó forma de conciencia individual, con aspiraciones globales. Una
conciencia eternamente soltera e independiente. Una conciencia que empuja al
individuo a emprender el camino de la introspección, donde puedan ser
detectados esos fantasmas de analfabetismo que nos llevan a condenar todo
intento por romper los grilletes del inmovilismo, la ignorancia. Porque el
propósito de la conciencia no es rendir pleitesía a otros, sino defender la
causa de la evolución del hombre y la mujer.
No hay
más.
Una
conciencia que espanta el miedo al futuro, que discierne, que desea que el ser
humano sea reflexivo antes de proceder. Conciencia no entiende de rivalidades,
ni de perezas. Mucho menos de complacencia con los parámetros cómodamente
establecidos. Me gusta describir a Conciencia, así, con mayúsculas, como una
señora de cabello cano imposible de engañar, inconformista.
Sí, lo
quiere todo.
Todo lo
que le pertenece, que es todo. Porque la materia ya ha experimentado por sí
sola que, sustituyendo a la noble señora por el mito incuestionable (en todas
sus variadas formas), progreso, lo que se dice progreso, no habrá.
Conciencia
propone que el ser humano deje de mirarse su carnal ombligo, y que considere el
lugar que quiere ocupar en toda la creación. Y que ocupe ese lugar con completa
responsabilidad.
Se
desea que recupere la capacidad de observación, mutilada por años de soberanía
cedida en que otros observaban por nosotros. Ella quiere que dejemos que
pervertir el lenguaje, pues somos víctima suya.
Aspira,
Conciencia, a que dinamitemos la mal llamada ‘realidad’, y que hagamos
conjeturas serias sobre los escenarios confluentes que tenemos por delante:
- Un planeta en crisis. El
término ‘crisis’, aunque le hayamos añadido un halo emocional negativo, es
cambio y oportunidad. Y vistas las condiciones en las que la humanidad se
ha desenvuelto en los últimos milenios, toda crisis debiera ser
bienvenida. En definitiva, un sistema cuyo guión parece agotado.
- Un innegable incremento de
la actividad relacionada con el fenómeno de la inteligencia no-humana y
sus objetos volantes.
- La entrada en un ciclo
cósmico –al menos a niveles galácticos- que se acaba expresando
directamente en la materia terrestre y humana. Sus consecuencias las
llevamos experimentando desde hace unos años, puede que incluso -a niveles
sutiles- en el surgimiento de la conciencia.
Todos
estos elementos –que no son poca cosa- son motivos más que suficientes para
partir de una premisa: olvidamos que aprender no es cosa de la escuela, sino de
toda la vida. Aprender a aprender significa no partir desde la hostilidad, ni
desde la apatía o el conformismo. Aprender, como nunca antes necesario, es
observar -desde la soltería cultural- con extremo detenimiento; aprender es
vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario